Sergio del Molino escritor y articulista en el Heraldo de Aragón es el autor de este artículo que apareció en HA el día 24-10-2010. Muchas gracias a Sergio por permitirme publicarlo aquí.
Manuel Aleixandre y José Antonio Labordeta fallecieran con pocas semanas de diferencia. Nada que ver el uno con el otro, al margen de la popularidad de que disfrutaron ambos entre varias generaciones de españoles. Pero tenían algo más en común: su afición a los cafés.
George Steiner dedicó uno de sus libros a demostrar que los cafés han sido los catalizadores y difusores de una determinada forma de entender y de vivir la cultura en Europa. La que practicaban tanto Labordeta como Aleixadre. Una forma ya pretérita arrollada por internet
A Aleixandre se le podía ver todas las tardes en el Gijón de Madrid. Siempre acompañado de Álvaro de Luna. Parecían no tener otra ocupación ni otra casa. En verano, acaparaban la terraza del Paseo de Recoletos, y en invierno, se recogían en esa sala donde peregrinan tantos letraheridos. Aleixandre tenía fama de gruñón e irascible, y más de una vez le he visto salir dando voces de un café, perseguido por un conciliador Álvaro de Luna. Labordeta también tenía fama de gruñón, aunque para muchos de sus incontables admiradores este era uno de sus rasgos más entrañables. Y uno de los escenarios donde se podía disfrutar de su genio era el café Levante de Zaragoza, donde acostumbraba a desayunar y a pasar muchas tardes.
El Levante es lo más parecido que hay en Zaragoza a un café literario. Y, probablemente, en Aragón. Me refiero a cafés literarios con solera, porque puntos de encuentro de juntaletras y de miembros y aspirantes a miembro del artisteo local los hay por docenas. Lo que escasea más que los linces son esos establecimientos clásicos, agradables y con un poco de historia. Lugares afrancesados donde disfrutar de un buen café servido por uno de esos discretos y eficientes camareros, en los que puedes dilapidar media mañana leyendo un periódico o escribiendo manifiestos revolucionarios para derrocar la monarquía zarista.
Ambos Mundos Zaragoza |
En Aragón abundan las cafeterías, pero apenas quedan cafés. Abundan los sitios prefabricados con decoración excesivamente minimalista o excesivamente ´vintage´ de pega, con esos anuncios del siglo XIX impresos ayer en Hong Kong y esa cacharrería presuntamente nostálgica que solo manifiesta una aborrecible tendencia al ´horror vacui´. Casi todos con grandes pantallas de plasma proyectando imágenes que a ningún parroquiano le interesan y con una banda sonora de música comercial y machacona a un volumen que inhabilita las conversaciones. Son incomodidades que sospecho planificadas cuidadosamente para que el cliente no se eternice en su cortado y ceda pronto su silla a otro con la billetera intacta.
Zaragoza tuvo muchos y buenos cafés, que han ido sucumbiendo con los años, reemplazados por este nuevo género sucedáneo, con camareras más o menos jamonas y escotadas como cebo para la clientela masculina, aunque a veces no sepan distinguir un pincho de tortilla de un croissant. Los viejos del lugar hablan con nostalgia del Ambos Mundos, esa maravilla subtitulada ´el café más grande de Europa´, emblema de la cultura local, y oyéndoles, a veces uno lamenta haber nacido tan tarde.
Mientras en Madrid se han conservado admirablemente bien estos cafés con solera, en Zaragoza, algunos desnortados anacrónicos seguimos buscando un sitio donde sentarnos a charlar, a leer o a escribir sin que una locutora de Kiss FM nos desgarre los tímpanos ni unos hiphoperos nos increpen desde una pantalla sintonizada en la MTV.
No puedo estar más de acuerdo con el interesante texto de Sergio del Molino porque ciertamente es lamentable que hayan desaparecido, en general, en España todos los cafés que existían antaño y donde de tanto se podía hablar en un ambiente de respeto.
ResponderEliminarEs uno más de los aspectos, en mi modesta opinión, donde se puede ver que hay más civismo y respeto en Europa por los lugares y edificios culturales que en nuestro pais.
Aquí, lamentablemente, en aras del poderoso caballero don dinero, se arrasa con todo lugar, edificio o monumento, sin importar su valor, siquiera sentimental, y donde se puede charlar de otras cosas que no sean el dinero y el poder ... Penoso a todas luces.
Mil gracias por traernos este texto, Carmen.
Un fuerte abrazo para todos.